Lunes, 20 de junio, 2022

Las razones para huir son múltiples: la inseguridad, la violencia, la amenaza constante sobre los derechos humanos, la falta de alimentos y medicinas


Laura Vásquez Roa

Durante gran parte de su vida, Marco ha sufrido de ansiedad social. No le gustan los grupos grandes y por eso se acostumbró a usar audífonos como una estrategia para enfrentar al mundo atiborrado que lo rodea. Eso le ha evitado escuchar mucho de lo que dicen de él, pero en algún punto tiene que conectarse con la realidad. “Cuando me quito los audífonos y empiezo a despertar, veo lo poco discreta que es la gente. Te miran de arriba abajo, te escanean como si fueras un bicho”, dice.

Marco es un hombre trans de 28 años, quien vive desde hace cuatro en Lima. Llegó a Perú desde Caracas buscando mejores condiciones de vida, pues el deterioro social, económico y político de su país hizo insostenible quedarse. Hasta mayo de 2022, la crisis de desplazamiento masivo desde Venezuela ha superado los seis millones de personas refugiadas en el mundo, de acuerdo al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Las razones para huir son múltiples: la inseguridad, la violencia, la amenaza constante sobre los derechos humanos, la falta de alimentos y medicinas. Como hijo único, Marco asumió la responsabilidad de ayudar a sus padres, pero en su país ya no tenía opciones. No lo pensó dos veces cuando su jefe cerró el café donde trabajaba, anunció que se iba a Perú con su familia y le dijo que tal vez podían acompañarse en el viaje. Marco suponía que no iba a ser sencillo empezar desde cero, pero pronto se dio cuenta de que para los refugiados venezolanos LGBTIQ+, las oportunidades son aún más angostas y las puertas se cierran con más facilidad. “No falta el que te que lanza un par de palabras feas o si hablo y se me sale el acento que me digan ‘devuélvete para tu país’, o no te dejan pasar o te ignoran- dice él-. Y me duele mucho porque a veces quiero ir a comprar algo, hay varias personas y no me atienden, así esté diciendo ‘oye, por favor’. No me ven, me ignoran y a veces trato de que eso no me afecte, pero ser invisible ante la gente no es agradable, sobre todo cuando tienes la necesidad de comunicar algo”.

La discriminación se suma, se interrelaciona y provoca que las personas LGBTIQ+ que llegan desde Venezuela a países como Colombia y Perú sufran una negación constante sobre sus derechos. Y aunque las siglas LGBTIQ+ se usen para hablar de las personas de orientaciones sexuales, identidades de género y características sexuales diversas, esto no implica que sean una población homogénea. Por el contrario, cada una de esas letras contiene experiencias variadas que se conjugan con la clase social, el color de la piel o el estatus migratorio. Incluso, la expresión del género, que hace parte de esa identidad diversa, juega un papel muy importante en la forma en que cada persona es tratada por la sociedad, pues las actitudes, ropa, gestos, etc. son considerados convencionalmente masculinos o femeninos y quien no se ajuste a ellos es visto con sospecha.

De acuerdo con las investigaciones de organizaciones como Caribe Afirmativo en Colombia, o Presente en Perú, la segregación que viven estas personas es el resultado del cruce entre su condición de refugiados, y su orientación sexual, identidad y/o expresión de género o características sexuales diversas. Marco, que no ha tenido tratamiento hormonal ni operaciones, cree que su apariencia fuera de la norma es usada para discriminarlo. “Básicamente la gente me ve como una machona. No te quieren porque para la gente da mal aspecto. Siempre están buscando a las mujeres o hombres y es como si yo no encajara en nada de eso. Y si además dices que eres venezolano, pues… no sabes lo difícil que es”.

Marco opina que la discriminación más fuerte que ha vivido es por ser una persona trans, aunque unida a la xenofobia, que siempre está allí: “Si yo fuera un hombre biológico, tengo la certeza de que tendría muchas más oportunidades a pesar de ser migrante. Es que ni siquiera puedo decir que me voy a ir al mercado a cargar unos sacos de papa. Te ven y se burlan de ti, no importa si los puedo cargar. La cuestión es que yo no soy la persona que ellos quieren que lo haga”.

Sin derechos no hay vida digna

Colombia y Perú son los principales destinos para las personas salen de Venezuela con necesidad de protección internacional, con aproximadamente 1.8 y 1.3 millones de personas respectivamente, según la plataforma interagencial, R4V. Para las personas LGBTIQ+, que además provienen de grupos históricamente marginados, estos dos países representan un destino alcanzable.

Tanto Colombia como Perú han ratificado diferentes tratados internacionales que los obligan a garantizar los derechos humanos de todas las personas sin discriminación de ningún tipo, incluida la nacionalidad, la orientación sexual o la identidad de género. Sin embargo, el machismo arraigado en estas sociedades, la xenofobia y la violencia basada en el prejuicio contra la diversidad sexual y de género, crean un entorno hostil e inseguro.

De acuerdo con Colombia Diversa, en este país hay una protección jurídica significativa para la población LGBTIQ+, pero la mayor barrera está en su aplicación real, especialmente para personas refugiadas. Por ejemplo, si bien el nuevo programa de regularización migratoria, conocido como Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos, permite a las personas trans obtener documentos que reflejen su identidad de género, en la práctica para obtener esta documentación, las personas trans deben realizar trámites extra que generan costos adicionales, y por lo tanto limitan el acceso efectivo a este documento. La Fundación Karisma ha alertado sobre los elementos dentro del proceso que amenazan “los principios de no discriminación e inclusión que deberían cumplir los sistemas de identificación para contribuir al respeto de los derechos humanos”, particularmente las barreras de acceso al derecho al reconocimiento legal de esta población.

Además, tanto la experiencia de personas LGBTIQ+, como de personas  refugiadas en Colombia, no puede desligarse del conflicto armado, especialmente en zonas fronterizas donde el riesgo de trata y la violencia exacerbada afecta de manera diferenciada a quienes tienen una expresión de género diversa y distante de las normas binarias convencionales. Cruzar la frontera a través de “trochas” (corredores fronterizos irregulares) es para muchas personas trans una aparente mejor opción ante la posibilidad de ser burladas o violentadas en los pasos fronterizos oficiales, según advierte Caribe Afirmativo. Por eso viajan sin documentación, lo que les pone en situaciones de gran riesgo y genera más obstáculos para acceder a la regularización.

En Perú, como indica el mismo informe de la ONG Presente, los derechos más afectados de las personas LGBTIQ+ son el acceso a protección internacional y regularización migratoria, salud, vivienda y condiciones laborales dignas. Además, en este país el matrimonio igualitario y el derecho al reconocimiento legal de la identidad trans aún siguen pendientes de aprobación. “Si yo no me adapto a esta situación en la que me encuentro, incluso poniendo en tela de juicio mi propia identidad, no voy a poder sobrevivir”, dice Pía Bravo, directora de Presente, refiriéndose a las estrategias que implican ocultar la identidad y expresión de género diversas lo máximo posible en situaciones de riesgo o mayor discriminación.

Una gran barrera para las personas venezolanas en Colombia y Perú es el acceso a salud. Los sistemas de seguridad social tienen deficiencias intrínsecas de acceso efectivo y oportuno para la población nacional, algo que se agudiza para quienes no tienen un estatus migratorio regular o dinero para servicios particulares. En el caso de la población LGBTIQ+ venezolana, las barreras más documentadas coinciden con la imposibilidad de afiliación al sistema de salud que afecta especialmente a quienes viven con enfermedades crónicas, entre ellas el VIH. La negación de este derecho pone en riesgo su vida ante la ausencia de atención oportuna.

Alixe, una mujer trans refugiada en Perú, da prueba de esto. Para ella las barreras se conectan y van desde los costos de los trámites para obtener la documentación y afiliarse al sistema, hasta la discriminación directa por el personal de salud. “Para una persona como yo – dice- sacar esos carnés de regularización es muy difícil. Se te hace una odisea tener trabajo, luego sacar los papeles y luego ese papel no sirve para nada”. Cuando por fin se accede a una revisión médica, las falencias y la estigmatización empeoran la experiencia. A Alixe le han hecho pruebas de VIH sin su consentimiento y le han dado diagnósticos errados porque los médicos deciden no tener contacto físico con ella.

Frente a los procesos de hormonación, por ejemplo, las personas trans migrantes no tienen el acompañamiento médico adecuado. En cuatro años Alixe no ha podido acceder a un endocrinólogo y no ha podido revisar sus prótesis de silicona. Por esto, las personas trans acuden a procesos inseguros, afirma ella: “tenemos compañeras con el cuerpo envenenado, personas que se mueren de infartos porque se les crean coágulos por automedicarse; compañeros trans que tienen problemas en el útero por el uso de testosterona”. En Colombia, Caribe Afirmativo también ha constatado que los obstáculos para acceder a tratamientos médicos guiados en población trans lleva a procedimientos de transformación corporal inseguros y hasta letales.

‘Cuando se te nota que eres diferente todo es más difícil’ 

“Todo radica en la forma en que te ves”, dice Augusto, chique no binarie de 27 años de Venezuela que vive en Bogotá, sobre el trato que recibe una persona LGBTIQ+ según la forma en que se muestra públicamente. La expresión de género es mencionada por todas las personas LGBTIQ+ consultadas como un diferenciador en la interacción cotidiana con la población local. Esto varía en cada persona y la expresión de género que haya decidido construir. Como opina Alixe, mujer trans en Perú, una lesbiana o un gay cisgénero, e incluso los varones trans, son socialmente menos visibles porque su transición es menos detectable y pueden vivir con menor estigma inicialmente, pero eso se acaba, aclara, cuando se debe presentar un carné de identificación que no corresponde con su identidad de género. “A las personas trans siempre nos acusan de estar usurpando la identidad de otra persona y cuando se dan cuenta de que somos trans, comienza el maltrato”, cuenta Alixe.

Augusto dice que no ha sufrido ningún episodio de violencia, pero sí de discriminación. Sabe de los ataques contra mujeres trans y siente miedo. Siendo más joven, como chico gay en Maracaibo, no reparaba mucho en el asunto, pero desde que vive en Colombia y ha experimentado otras formas de vestir, como usar faldas, sale siempre acompañade.

Para Vanessa, una persona queer no binaria radicada en Lima, la forma en que luce y su acento marcan la relación con las personas con que interactúa. El primer año en Perú evitaba hablar en público porque no quería que le identificaran como venezolane. La xenofobia aparece en cualquier momento, por eso agradece haber construido un círculo de confianza de amigas y compañeres feministas le acogen.

Las personas con una expresión de género diversa no son las únicas que viven episodios de discriminación. Personas lesbianas y gays, que en muchos casos son menos visibles desde esta perspectiva, enfrentan rechazos al buscar vivienda como parejas del mismo sexo o no les son reconocidos sus hijos producto de una unión que en Venezuela no es legal y por tanto en Colombia o Perú tampoco. Asimismo, algunos albergues administrados por instituciones religiosas se consideran espacios de revictimización para personas LGBTIQ+, de acuerdo con organizaciones consultadas.

Luego de enfrentar múltiples barreras para tener una vida digna, algunas personas trans deciden parar su proceso y de-transicionar, especialmente mientras se consigue una estabilidad económica. “A algunas mujeres trans les ha tocado volver a la expresión de género masculina con tal de no vivir tantas violencias migratorias de integración social. Tenemos casos de personas que quieren detener su proceso de hormonación, no porque no haya un marco de protección normativo, sino por la cantidad de violencia que se ejerce contra ellas”, explica Giovanni Molinares, investigador de Caribe Afirmativo. El “regreso al clóset” también lo han identificado en Perú, como indica el citado informe de la ONG Presente.

La negociación de su identidad pública para superar situaciones de riesgo o discriminación la viven muchas personas LGBTIQ+ refugiadas. Marco lo reconoce con dolor: “A veces prefiero faltarme el respeto a mí mismo y decir sí, sí, cuando ven mis documentos en femenino y que me vean raro, porque donde me pongan una mano encima o me lleven… no soportaría pasar por una situación de violencia como las que han vivido algunas compañeras trans con el acoso y la violencia de la policía. Yo creo que no sobreviviría un ataque. No estoy preparado psicológicamente para afrontar eso”.

Los obstáculos para denunciar

Para las mujeres trans que ejercen el trabajo sexual, como Priscilla, residente en Cúcuta desde hace cinco años, la violencia en esta ciudad fronteriza la expone a peleas territoriales, amenazas y agresiones físicas por parte de colombianos y venezolanos. Estas disputas las dejan en una vulnerabilidad tremenda, donde la impunidad es la norma. “A uno lo matan y nadie sabe y nadie supo”, dice.

En esos casos la denuncia no tiene cabida, pues el temor a las autoridades o el simple hecho de lidiar con la burocracia implica usar un tiempo que no tienen. La desconfianza en las autoridades, especialmente la Policía, viene de las distintas formas de violencia que reciben, particularmente las mujeres trans. Aunque Priscilla confía en el refrán de que, “a palabras necias, oídos sordos”, admite que los insultos la hieren: “A veces uno trata de hacerse dura, pero no. Después, cuando uno empieza a escuchar las palabras, en la mente le afectan un poquito”. 

Las personas venezolanas adoptan estrategias para evitar estos encuentros en los países de destino, incluso teniendo un estatus migratorio regular, pues este no es garantía absoluta para evitar la discriminación o la violencia. El temor ante la xenofobia lleva a que se tomen actitudes pasivas ante los abusos de la autoridad.

Augusto creció sabiendo que es mejor no tener contacto con la fuerza pública por temor a las arbitrariedades; aun así, en Venezuela siempre protestaba por sus derechos, pero en Colombia dejó de hacerlo. Dice que hace un par de semanas una policía le paró y luego de oír su acento le quitó el teléfono para revisar si era robado. “Eso no lo puedes hacer, o sea, en Venezuela es ilegal, pero ¿qué puedo hacer yo si soy venezolano, soy inmigrante? Me quitaron el teléfono y no respondí”.

Entre enero de 2020 y mayo de 2021, la Defensoría del Pueblo de Colombia atendió 88 personas venezolanas con identidad de género diversa, incluyendo docenas de casos de discriminación contra personas ejerciendo trabajo sexual, abuso policial y violencia institucional. El informe hace un llamado a la implementación del enfoque de género en las investigaciones de la Fiscalía en casos de violencia por prejuicio —algo ausente hasta el momento.

Partir en busca de libertad y de la familia escogida

Varias personas LGBTIQ+ venezolanas relataron que la discriminación y persecución que enfrentaban en su país, así como la búsqueda de libertad para fortalecer su proyecto de vida como personas diversas, también les ha impulsado a establecerse en otros países.

Para Molinares, las personas más jóvenes salen de Venezuela porque sus pares ya lo han hecho o están en proceso y así pueden desprenderse de la presión familiar. “Cuando empiezan a enunciarse desde ese lugar de la diversidad sexual ya quieren salir de ese núcleo familiar cerrado, muchas veces represivo. Lo más rápido y barato es salir por tierra hacia Colombia, donde ya tienen redes”, afirma.

Marco, por su parte, es consciente de que Perú es un país machista y de que la violencia por prejuicio contra personas trans como él es una realidad. Aun así, al llegar a Lima quiso darse la oportunidad que no se dio en Venezuela por miedo. “Aquí, al verme solo, he tenido que sacar el valor de asumir mi expresión de género, mi orientación y la diversidad que hay en mí”, dice. Algunos amigos en su país han tenido la valentía de salir del clóset, pero él tomó el impulso al huir de Venezuela.

Ahora que tiene un rol de papá, Marco piensa en su nueva familia. Su compañera tiene un niño pequeño, así que, como papá y mamá, la pareja hace todo lo que pueden para que la precariedad no se asome a los ojos del niño. Esto se hizo más difícil desde la pandemia que lo trastocó todo.

La idea de partir nuevamente ronda su cabeza. Volver a Venezuela jamás se menciona como una opción. Cuando era adolescente, Marco amaba al cantante argentino Gustavo Cerati y por eso le da curiosidad ese país, pero realmente cree que Uruguay es un destino “más tranquilo”. Algunos amigos le han dicho que es una sociedad más progresista y tolerante con la diferencia y él sabe, ahora más que nunca, que ese es un factor indispensable para tener una vida digna.

Su país de los sueños, sin embargo, es Islandia. “Si yo me mudara a un país muy lejano iría a Islandia. Me parece que es lo suficientemente pequeño y solitario para alguien como yo”.

Laura Vásquez Roa, autora de este reportaje, es una antropóloga y periodista colombiana independiente, quien colaboró con Amnistía Internacional para la realización de esta investigación.