Jueves, 17 de octubre, 2019
Osman Kavala cumplió 62 años el 2 de octubre, y es el segundo cumpleaños que pasa entre rejas; el día de la vista cumple 708 días privado de libertad gracias a un tribunal en donde no se imparte justicia
Durante el largo viaje desde el centro de Estambul hasta Silivri, la localidad costera donde está situada la mayor prisión de alta seguridad de Europa, comento el caso con colegas que están conmigo en Turquía: el director de Amnistía España y la directora de Amnistía Suecia. Es una mañana fría y lluviosa, y hay mucho tráfico. Ambos habían estado ya en Estambul, como observadores del proceso contra los 11 defensores de derechos humanos, incluidos miembros de la propia Amnistía.
Vamos a asistir en calidad de observadores a la tercera vista del juicio surrealista contra Osman Kavala y 15 personas más. Kavala cumplió 62 años el 2 de octubre, y es el segundo cumpleaños que pasa entre rejas; el día de la vista cumple 708 días privado de libertad.
La sala judicial está como la dejé en julio, excepto por el gran número de archivadores amontonados detrás de los tres sillones vacíos donde tomarán asiento los jueces del tribunal. Aliviados, nos enteramos de que las carpetas no se refieren al caso Gezi, y por tanto no es que el tribunal esté diciendo a los acusados: “¡Miren la montaña de pruebas que tenemos contra ustedes!”
Mientras esperamos a que comience la vista, reparamos en que Osman Kavala ya está en la sala, una vez más rodeado por al menos una decena de gendarmes levantados, que obstaculizan su visión y la nuestra. Lo han traído antes de que ninguno de nosotros estuviera en la sala. Algunas personas lo saludan con entusiasmo pero en silencio. Todos sabemos que al nuevo presidente del tribunal no le agradan los aplausos y ovaciones de los observadores. Nos lo confirma en cuanto ocupa su asiento: “Todo el que aplauda o grite durante la vista será expulsado de la sala y se abrirán diligencias en su contra”, declara al inaugurar la vista.
El primero en comparecer es un testigo, por videoconexión. Entendemos que está en alguna cárcel situada en la provincia de Anatolia pero no sabemos mucho más de él y, aunque alguien que está detrás de mí conjetura que puede ser un agente de policía, no tenemos la menor pista de cuál es su conocimiento de los acusados y la razón de que sea testigo... Y no vamos a saberlo, porque el sistema de sonido no funciona y no oímos nada de lo que dice. Tras un breve descanso se suspende la declaración y el juez pasa al interrogatorio de los acusados, empezando por Osman Kavala.
Leyendo una a una las transcripciones de las conversaciones registradas en el acta de acusación formal, el juez pide a Osman Kavala que las explique. Estas conversaciones telefónicas ilegalmente intervenidas son variadas: desde si podía llevar pasteles y mascarillas para protegerse del gas lacrimógeno a quienes estaban ocupando pacíficamente el parque Gezi (“Por supuesto que sí”) a si podía contribuir a un fondo para ayudar con los gastos de comida, entre otros, en el parque (“Claro, si se abre una cuenta, lo haré”), pasando por una conversación sobre la visita inminente del nuevo comisario para los Derechos Humanos del Consejo de Europa, y si le gustaría conocerlo (“Sí, me gustaría”). Al director de Amnistía Internacional España, para quien estoy haciendo de intérprete, todo esto le resulta confuso: “Disculpa, Milena, ¿Osman Kavala no está acusado de intentar derrocar el gobierno?” “Sí —le respondo—, de usar coacción y violencia e intentar derrocar el gobierno organizando, financiando y extendiendo las protestas del parque Gezi en 2013. Es una acusación absurda e infundada; la única 'prueba' presentada para sustentarla son unas conversaciones telefónicas intervenidas, todas ellas posteriores al comienzo de las protestas del parque Gezi.” El contraste entre la gravedad de los cargos y la inconsistencia de las “pruebas” presentadas ante el tribunal da escalofríos.
Osman Kavala responde pacientemente a cada una de las preguntas, pidiendo aclaración de vez en cuando pero sin rechazarlas en ningún momento. De hecho, agradece al juez que le haga esas preguntas sobre el contenido de las transcripciones, ya que es la primera vez desde que fue detenido hace casi dos años que le preguntan al respecto. Mientras habla, las dos pantallas gigantes, una a cada lado de los jueces, muestran imágenes de destrucción, vehículos policiales y autobuses volcados, ilustrando la referencia del juez a “vándalos y vandalismo durante la tentativa de Gezi”. Sin revelar los lugares ni las fechas en que se hicieron las fotografías, el juez pide alguna prueba escrita de Osman Kavala, algún tuit o publicación en redes sociales donde haya condenado esta violencia. Kavala afirma pausadamente que él no tolera la violencia ni lo ha hecho nunca, y que no utiliza las redes sociales, dato que ha tenido que repetir varias veces a lo largo de su interrogatorio.
La siguiente pregunta nos alarma: “¿Quién es usted, para que toda esta gente del extranjero quiera conocerle y hablar con usted?” La pregunta y el tono eran agresivos y provocativos, además de extraños. ¿Por qué unos representantes extranjeros no iban a querer conocer a una figura de la sociedad civil tan relevante como Osman Kavala, quien conoce bien la Turquía actual y su pasado y puede ofrecer una visión cabal de los acontecimientos en el país? Cuando Osman Kavala revela que la reunión propuesta en cuestión nunca se produjo, el absurdo de la línea de interrogatorio se hace aún más evidente. De hecho, es interrogado sobre un proyecto documental que fue comentado con la coacusada Çiğdem Mater, productora cinematográfica, pero que nunca llegó a hacerse; después, sobre la apertura de una cuenta bancaria con otra coacusada, Mine Özerden, que nunca llegó a abrirse; y luego, sobre las repulsas en redes sociales que no pudo publicar porque no usa los medios sociales.
Osman Kavala, casi dos años en prisión por hechos que nunca sucedieron.
A medida que avanza la jornada y los demás acusados son igualmente interrogados sobre varias conversaciones intervenidas, entre ellos y con otras personas, y que incluyen bromas y cotilleos, vemos que todo el proceso puede no ser más que una farsa pero desde luego no es una broma. Sin hacer referencia alguna a nada de lo que ha oído durante el interrogatorio, el nuevo fiscal pide que Osman Kavala continúe en prisión. El receso de 15 minutos resulta innecesario; mientras charlamos de pie en la sala sobre la decisión provisional que está a punto de dictarse, todos presentimos lo inevitable.
Osman Kavala continuará entre rejas; esta vez la decisión es unánime. Los jueces se marchan, y los gendarmes que rodean a Kavala se levantan, volviendo a ocultarlo de la vista. Nos apremian para salir de la sala antes de que vuelvan a llevárselo a su celda, a pesar de las protestas y objeciones; tendrá que recorrer la inmensa sala sin un rostro amigo para verlo marchar.
Una vez más, comprobamos que en este tribunal no se imparte justicia. Una joven que está a mi lado me dice: “esto es perverso y vengativo”. El único consuelo es saber que los parlamentarios presentes han permanecido en la sala, así que Osman Kavala sí ha podido ver algunas caras amigas. Nosotros lo vemos en nuestra imaginación. Hasta la libertad.
Este artículo fue publicado por primera vez en la revista Ceasefire.