Jueves, 05 de septiembre, 2019

Las cifras de una reciente encuesta realizada en la Unión Europea muestran que, a partir de los 15 años de edad, una de cada 20 mujeres de la UE ha sido violada. Eso representa alrededor de 9 millones de mujeres. Un estudio británico concluyó el año pasado que una de cada 10 mujeres dijo que había sido violada mientras estaba en la universidad.


No es fácil hablar de violación, entrar en los terribles detalles de lo que sucede y el trauma devastador que deja. Es tan difícil que, como personas y como sociedad, a menudo rehuimos totalmente el asunto.

Pero, por difícil que sea, tenemos que hablar de la violación.

Las cifras de una reciente encuesta realizada en la Unión Europea muestran que, a partir de los 15 años de edad, una de cada 20 mujeres de la UE ha sido violada. Eso representa alrededor de 9 millones de mujeres. Un estudio británico concluyó el año pasado que una de cada 10 mujeres dijo que había sido violada mientras estaba en la universidad.

Como estudiante universitaria, me he dado cuenta de que muchas personas jóvenes no tienen muy claro qué constituye una violación o una agresión sexual. Hay demasiadas “líneas borrosas” o “zonas grises” y, a diferencia de otros delitos como el robo, la agresión o el fraude, parece que muchas personas no tenemos claro qué constituye violación.

Pero a pesar de esta confusión, la propia definición de violación debería ser muy sencilla. A saber: se comete una violación cuando una persona penetra deliberadamente en la vagina, el ano o la boca de otra persona sin el consentimiento de esta.

Sencillo. Un acto sexual es ilegítimo cuando se realiza sin el consentimiento de la otra persona.

Aun así, a pesar de que parece clara la definición legal de violación contenida en las normas internacionales, aparentemente la sociedad no termina de reconocerla.

La investigación reveló también que más del 25 por ciento de la población de la UE cree que las relaciones sexuales sin consentimiento podrían estar justificadas en ciertas circunstancias, como por ejemplo si la víctima está borracha o bajo los efectos de drogas, va voluntariamente a casa con alguien, lleva ropa sugerente, no dice claramente que no o no se resiste físicamente.

Estas inquietantes conclusiones quizá no son tan sorprendentes dado que solo nueve países del Espacio Económico Europeo (EEE) reconocen actualmente que las relaciones sexuales sin consentimiento constituyen violación. En otros países europeos, las leyes se centran, en cambio, en la resistencia y la violencia en lugar de en el consentimiento. Suponer que la víctima da su consentimiento porque no se resiste físicamente es sumamente problemático, pues especialistas en la materia reconocen que la “parálisis involuntaria” o “bloqueo” es una respuesta fisiológica y psicológica habitual a la agresión sexual.

Las definiciones incorrectas y desfasadas de violación perpetúan en todo el continente la peligrosa práctica de culpar a la víctima. El temor de las mujeres a que no las crean se confirma una y otra vez, y vemos que, a menudo, la ley no sirve a los intereses de las valerosas sobrevivientes que buscan justicia.

Pero las definiciones no bastan. Aunque la ley en Gran Bretaña dice claramente que la relación sexual ha de ser consentida, esto no siempre se traslada a la vida cotidiana. La popularización de las actitudes brutalmente machistas en las universidades británicas, que promueven la hipermasculinidad y la glorificación de las conquistas sexuales, perpetúa la idea de que los estudiantes varones deben tener acceso al cuerpo de las mujeres para su propia gratificación.

Esto, junto con la mentalidad “los hombres son así”, convierte el sexo en algo para hombres: algo que los hombres hacen a las mujeres con independencia de la felicidad o bienestar sexual de estas. Hay que abordar esta cultura tóxica que fomenta que los hombres consideren a las mujeres objetos sexuales pasivos.

Mucha gente cree que la violación se produce solo cuando una persona lucha y dice activamente que no. No es así. Si no hay consentimiento, es violación, incluso si la víctima no dice nada y no se resiste.

También es esencial darse cuenta de que el consentimiento no consiste meramente en no decir no, sino en el poder de decir que sí. Además, es la capacidad de cambiar de opinión, pues el consentimiento es un proceso y no una declaración única. El consentimiento empodera y da a todas y cada una de las personas poder sobre su propio cuerpo; para participar en actos sexuales voluntariamente o para detenerse antes de empezar a sentirse incómodas. Todo acto sexual que vaya en contra de estos principios es ilegítimo y saber esto es importante.

Por esta razón es tan necesaria hoy la campaña ¡Hablemos del SÏ! de Amnistía Internacional, centrada en la importancia del consentimiento y en el hecho de que este se da de forma activa y no se presupone de la pasividad de una persona.

En esta campaña reivindicamos nuestro derecho a hacer solamente lo que queremos hacer en el dormitorio —y en cualquier otro lugar—, con el conocimiento de que dar activamente nuestro consentimiento tiene mucho peso ante los ojos de la ley.

El consentimiento es algo muy poderoso, pero tenemos que saber cómo funciona y usarlo para sentirnos todas a salvo y felices.

Ahora que empieza un nuevo curso universitario y hombres y mujeres jóvenes llegan a las aulas y los campus de todo el continente, es vital que estos sean espacios seguros para aprender y amar.

No tengamos miedo de hablar sobre la violación y el significado del consentimiento.

Cara Balen es miembro estudiantil de Amnistía Internacional.

Este artículo se publicó originalmente en Euronews.