Lunes, 20 de mayo, 2019
El arte y la poesía son mi salvación. Estoy demostrando que puedo ser profesor de poesía y vivir de ello. El tráfico de drogas no impide que sigamos construyendo comunidades, ni que en mi comunidad siga habiendo numerosos grupos culturales
Un grupo de amistades de Salvador, en el nordeste de Brasil, está utilizando la palabra hablada y una carpeta de materiales para la movilización diseñada por activistas de Amnistía con el fin de transformar la manera en que la gente ve su ciudad. Desde crear un espacio cultural en su comunidad hasta trabajar con mujeres encarceladas, el colectivo Sarau da Onça está utilizando la poesía para conseguir que la gente conozca sus derechos. El poeta y miembro del colectivo Evanilson Alves revela cómo lo hacen.
La poesía me cambió la vida, y yo elegí la pluma como forma de mantenerla.
Mientras crecía, no tenía una válvula de escape, pero cuando fui a la escuela empecé a expresar mis sentimientos mediante la poesía. Ahora tengo 29 años. Podría decirse que llevo ocho años siendo poeta profesional.
Elegí vivir una vida más larga. Realicé prácticas en las que me pagaban 250 reales (70 dólares estadounidenses) al mes. Mis amigos me preguntaban por qué trabajaba por tan poco, pero yo sabía que este camino me garantizaría el futuro.
El arte y la poesía son mi salvación. Estoy demostrando que puedo ser profesor de poesía y vivir de ello. El tráfico de drogas no impide que sigamos construyendo comunidades, ni que en mi comunidad siga habiendo numerosos grupos culturales.
En mayo de 2010, en un intento de contradecir la imagen de mi comunidad y de mostrar los diferentes movimientos sociales que hay aquí, cuatro amigos chiflados nos unimos para formar un espacio creativo, conocido como Sarau da Onça.
Es un espacio de libertad, transformación y amor. Es un espacio en el que, cuando nos reunimos, nos abrazamos y nos damos la bienvenida. Podemos ser nosotros mismos, escribir nuestras historias y hacerlas reales mediante la poesía y la palabra hablada. Los micrófonos abiertos son una inmensa herramienta de transformación en las periferias de Salvador y más allá. Abordamos temas como la valoración de las mujeres, la violencia policial, el racismo, los prejuicios, la homofobia y el feminismo negro. También hablamos sobre el amor.
Como colectivo, difundimos nuestro mensaje a los cuatro vientos. La gente de fuera de Salvador conoce nuestro trabajo, y nos hemos convertido en un punto de referencia a nivel nacional. Cuando empezamos, no teníamos ni idea de que nuestro trabajo tendría semejante impacto. Mantenemos buenas relaciones con escuelas, y nuestro objetivo es hacer que la gente vea que la poesía no es sólo un evento: es consistente, y puede practicarse en cualquier lugar.
Como parte de mi labor de activismo, he estado trabajando en un centro de detención de mujeres. Cuando conocí a estas mujeres por primera vez fue raro, extraño e incómodo, pero yo quería hacer que la vida en el centro fuera menos dolorosa. Hicieron falta siete días para convencer a estas mujeres de que participaran en un taller de poesía. El nivel de escolarización de muchas de ellas era bajo. No tenían costumbre de leer ni escribir, así que había que superar esos obstáculos y demostrar que escribir es posible.
Invité a lideresas de todo Salvador a venir y trabajar con estas mujeres. Era un lugar donde intercambiar ideas y explorar nuevas posibilidades. Pese a ser un lugar hostil, lo más gratificante de esta experiencia fue ver cómo se convertía en un espacio de reflexión.
Cuando las mujeres empezaron a escribir poemas, me llamaban por mi apellido. “¡Alves! ¡He escrito un nuevo poema!”; “¡Alves! ¡Acabo de escribir siete poemas más!”. Estaba asombrado: “Chicas, ¿cómo podéis escribir siete poemas en una mañana? ¡Es una locura!”.
Aunque en el centro de detención no se permitían los bolígrafos, eso no les impedía encontrar otras fuentes de tinta. Actualmente, encuentras a una chica leyendo o escribiendo en cada recodo del centro de detención. Otras se han convertido en monitoras de aula dentro de la prisión como una forma de trabajar hacia su libertad.
En Brasil debe darse prioridad a la educación. Cuando a la gente le niegan la educación, están violando sus derechos. Brasil tiene interés en construir más prisiones, cuando debería estar dedicando más dinero a construir más escuelas y mantener las que ya existen.
Amnistía Internacional Brasil está ayudando a que nuestro trabajo siga educando también a otras personas, gracias al Quilombox. Se trata de una caja que contiene herramientas de movilización, y que funciona también como proyector. El material de transformación brinda la oportunidad de debatir sobre los derechos humanos mediante la palabra hablada, el baile y el hip hop. Fue creado por una diversidad de activistas de derechos humanos de todo el país. Es sencillo y creativo, y atrae a muchas de las personas con las que trabajamos, como los niños y niñas, adolescentes y otras personas jóvenes.
Nuestro colectivo cobra cada vez más fuerza. Hasta ahora hemos publicado varios libros. Cada lanzamiento ha sido una aventura; durante uno de ellos tuvimos muchísimos problemas, pero cuando el evento se puso en marcha la gente compraba 20, 50 o 70 libros de golpe. Fue totalmente inesperado. A través de mi colectivo hemos publicado otro libro, titulado “La poesía crea alas”. Cuatro meses después de su publicación, nos invitaron a presentarlo en una de las ferias del libro más grandes del mundo.
Intentamos vender nuestros libros cara a cara siempre que es posible, y también los distribuimos a diferentes escuelas. La escritura tiene un poder de transformación. La poesía es una adicción, una poderosa herramienta de cambio. Ahora es momento de avanzar. Es momento de armar a la juventud con un pensamiento político y mostrar que el cambio depende de nosotros. Si nos unimos, podemos escribir nuestro propio futuro.