Lunes, 06 de mayo, 2019
Es indignante pensar que periodistas están en la cárcel sólo por realizar su trabajo. Es horrible saber que muchos han sido condenados en juicios mediáticos, con pruebas falsificadas y cargos falsos
Como suele suceder durante los primeros días de primavera, cuando traspasé los fríos muros de la cárcel de mujeres de Bakırköy, en Estambul, lucía el sol. Dentro me esperaba Nazlı Ilıcak, periodista de 75 años condenada a cadena perpetua por haber “intentado destruir el orden constitucional”. La periodista lleva encarcelada casi tres años ya, y sigue sin entender cómo una agenda en la que anotaba los teléfonos de sus amistades fue aceptada como prueba de unos cargos de “terrorismo”.
“Es como estar atrapada en una tumba”
Nazlı Ilıcak me dijo que echaba de menos su antigua vida y a sus hijos y nietos. “Es como estar atrapada en una tumba. Tratas de agarrarte a algo para salir, pero no puedes.”
Cuando le pedí que escribiera un artículo para nuestra campaña del Día Mundial de la Libertad de Prensa, inmediatamente se puso seria, tomó papel y pluma y empezó a escribir. En ese momento, vi cómo cruzaba los muros de la prisión y volvía a ser una periodista. De hecho, observé en su cara la misma expresión —de periodista serio que ama su trabajo— que en las de todos los demás periodistas encarcelados que visité.
También me entrevisté con Pınar Gayıp, reportera de la Agencia de Noticias Etkin (ETHA), que me recibió con una gran sonrisa. Actualmente está siendo juzgada por “pertenecer a una organización terrorista” y “hacer propaganda para una organización terrorista”. Algunas de sus publicaciones en las redes sociales y su trabajo para ETHA se han utilizado como pruebas contra ella.
Gayıp me dijo que su peor día en la cárcel fue cuando la policía disolvió una vigilia semanal —la número 700— de mujeres turcas que exigen responsabilidades por las desapariciones de familiares desde la década de 1980. Gayıp me dijo que estas mujeres, conocidas como las Madres del Sábado, son la voz y la conciencia de Turquía. “Cuando la policía atacó a las Madres del Sábado, sentí que algo se rompía en mi interior. Hubiera deseado estar ahí.”
Semiha Şahin, directora de ETHA, juzgada en la misma causa, me dijo que se sentía triste a pesar de la llegada de la primavera. Sin embargo, había hecho amigas en la cárcel y leía más que cuando estaba fuera. Al igual que Gayıp, vio con lágrimas en los ojos cómo la policía disolvía la protesta de las Madres del Sábado el 25 de agosto de 2018. Me dijo que nunca olvidaría ese día.
“Temen a la prensa”
Hanım Büşra Erdal que lleva encarcelada unos tres años y cuya causa está aún en proceso de apelación, me explicó que en la cárcel su mundo se ha reducido. No tiene más que a su familia para apoyarla. Erdal me dijo que se sentía sola y había perdido la fe en el sistema judicial: “Hasta una periodista necesita tener tras de sí un ejército de personas que la apoyan. De lo contrario, ni se te menciona en las noticias.”
Tuba Bulut y Reyhan Hacıoğlu, periodistas del periódico Özgürlükçü Demokrasi, ahora cerrado, llevan en huelga de hambre desde el 2 de marzo, en protesta por haber sido recluidas en régimen de incomunicación.
Reyhan Hacıoğlu me dijo: “Las autoridades temen a la prensa. Me gustaría que todas esas violaciones de derechos humanos no hubieran sucedido para no haber tenido que escribir sobre ellas, pero, desgraciadamente, sucedieron.” Cuando le pregunté qué era lo que más echaba de menos, contestó: “Echo de menos dar noticias sobre un país mejor”.
Silivri, una inmensa prisión
Pocos días después de visitar la cárcel de mujeres de Bakırköy, me dirigí a la prisión de régimen cerrado de Silivri. La primavera, con su manto de flores silvestres, se hacía cada vez más evidente en las carreteras. Con una población reclusa de unos 20.000 presos, Silivri parecía una pequeña ciudad.
Me entrevisté con Yakup Çetin, condenado a seis años y tres meses de cárcel por “pertenencia a una organización terrorista”, de los que ya ha cumplido tres. Me dijo que en la cárcel había cambiado su percepción de la vida: “La vida es el momento presente, que es valioso. Cuando salga, me gustaría continuar mi vida viviendo el presente.”
El último periodista con quien me entrevisté, Eren Erdem, me recibió con una disculpa. “Perdona el olor a lejía. Hoy es día de limpieza.” Para hacer los días más llevaderos, Eren había creado un sistema con sus compañeros de celda: hablaban sobre los libros que habían leído y hacían juntos las tareas cotidianas.
Erdem, que cumple una condena de cuatro años y dos meses, me dijo que su lista de lecturas se centraba últimamente en obras de teoría política y filosofía. Como los otros reclusos, ha aprovechado los libros que dejaron otros periodistas encarcelados.
Pero esto no compensa lo que Erdem ha perdido.
Cuando hablé con él, me dijo que hacía 15 días que las autoridades de la cárcel tenían retenida una foto de su hijo. “Los tribunales te impiden ver a tu hijo, y la administración de la cárcel te impide ver su foto”, me dijo.
Es indignante pensar que periodistas como Erdem están en la cárcel sólo por realizar su trabajo. Es horrible saber que muchos han sido condenados en juicios mediáticos, con pruebas falsificadas y cargos falsos.
Me voy de la cárcel con el corazón abatido por estos periodistas que han sido brutalmente atacados por el gobierno en su intento de silenciar las voces críticas.
Beril Eski es coordinadora de prensa en Amnistía Internacional Turquía. Le permitieron visitar las cárceles en calidad de abogada colegiada en el Colegio de Abogados de Estambul.