Jueves, 13 de septiembre, 2018

Al recordar a Kofi Annan, y para honrar su memoria, no sólo debemos rendir homenaje a su legado, sino hacer nuestras las batallas que él libró, siempre en defensa de algunas de las personas más vulnerables y marginadas del mundo. Los tiempos en que vivimos necesitan ese tipo de liderazgo audaz que él encarnó


Ghana ha perdido a uno de sus mejores hijos, África ha perdido un gigante y el mundo ha perdido un guía moral. Es tiempo de duelo no sólo para quienes lo conocieron bien, sino para las innumerables personas de todo el mundo en cuyas vidas influyó una vida tan extraordinaria como la suya. Yo, africano como él, y líder que trabaja en pro de la paz y la justicia, me considero un privilegiado al poder contarme entre ellas.

En primer lugar, deseo expresar mi más sentido pésame a su esposa Nane y al resto de la familia Annan. Pero también quiero rendir un homenaje a Kofi Annan desde la perspectiva de la sociedad civil y de las batallas que hoy libramos, unas batallas que él llevó toda la vida en su corazón.

Durante su mandato como secretario general de la ONU, Kofi Annan nos recordaba a menudo el Preámbulo de la Carta de la ONU, que comienza con las palabras “Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas”. Los pueblos, no los Estados ni los gobiernos. El que la ONU existiera para servir a los pueblos era para él un principio básico. Reconocía que lo mejor para una buena gobernanza era un enfoque inclusivo, que no dejara todo únicamente en manos de los gobiernos. Esta fue la motivación que le llevó a reforzar la agenda de la ONU a fin de que se escuchara mejor la diversidad de voces de la sociedad civil, desde las organizaciones no gubernamentales (ONG) hasta los grupos religiosos, pasando por los sindicatos.

Su compromiso con las personas que viven en la pobreza era inquebrantable, porque era profundo y personal. Luchó mucho para conseguir que fueran adoptados los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), incluso por algunos países poderosos que inicialmente se resistían a ello. Siempre fue brutalmente sincero sobre la promesa de los ODM y sobre sus limitaciones, describiéndolos como “objetivos de desarrollo minimalistas”, y siempre se esforzó por mejorarlos. Tuvo la valentía de abordar el VIH/sida en un momento en que el tema estaba muy estigmatizado, y sus esfuerzos contribuyeron a reconocerle la importancia que merecía como principal problema de salud de nuestro tiempo. Se invirtió en la investigación y el desarrollo para combatir su propagación, especialmente entre mujeres embarazadas y bebés de entornos desfavorecidos. La pobreza, la injusticia y la desigualdad le afectaban profundamente y esto le llevó a “tomarse la justicia como algo personal”, como dice el lema de Amnistía Internacional.

Fue un abanderado de la lucha contra el cambio climático, que reconoció acertadamente no sólo como problema medioambiental, sino de enormes consecuencias para la economía, la paz, la seguridad y la igualdad de género. Sabía que evitar el catastrófico cambio climático no suponía sólo salvar el planeta, sino proteger a nuestros hijos e hijas y su futuro. Como no podía ser menos, dada la preocupación que demostró toda su vida por las personas más vulnerables, le preocupaba especialmente su impacto en África, en los pequeños Estados insulares y en los países menos adelantados. Dio al tema la prioridad que exigía mientras fue secretario general de la ONU, y siguió trabajando sobre él como prioridad básica cuando dejó la ONU.

Su compromiso con la paz fue igualmente inquebrantable. En lugar de disfrutar de su jubilación, dedicó energías y fuerzas a seguir luchando por la paz en muchos de los conflictos que se desarrollan en el mundo. Como presidente del grupo The Elders (una suerte de consejo mundial de ancianos y ancianas), desempeñó un papel crucial en Kenia y en otros lugares en conflicto. Una de sus últimas empresas fue tratar de conseguir paz y justicia para el pueblo rohingya de Myanmar.

Él era el primero en reconocer los fracasos de su historial (incluido el triste caso de Ruanda), pero estas lagunas solían deberse a que alguno de los países más poderosos del mundo se había interpuesto en su camino. Uno de sus pesares era que, después de desempeñar un fundamental papel en la elaboración del plan de paz de seis puntos en 2012, tuvo que dimitir como primer enviado especial conjunto de las Naciones Unidas y la Liga de Estados Árabes cuando su plan fue desbaratado por poderosos países que antepusieron sus intereses geopolíticos a las vidas de la población de Siria. Esperaba que su labor hiciera surgir un espíritu de urgencia y cordura; no fue culpa suya que no ocurriera así. En el caso de Irak, muy sensatamente, no sólo recordó las exigencias de la Convención y el derecho internacional, sino que también interpretó y entendió la opinión pública mundial, incluida la de los países que abogaban por la guerra. De haberse hecho caso a sus consejos, podrían haberse salvado muchas vidas.

Amaba la ONU y estaba profundamente comprometido con sus ideales de solidaridad humana y justicia, pero conocía muy bien las limitaciones de este organismo y sus carencias en cuando a democracia, respeto y coherencia. Cuando se le preguntaba cómo funcionaba el Consejo de Seguridad de la ONU, tenía el valor de decir que la ONU estaba anclada en la geopolítica de 1945. Luchó mucho por la reforma del Consejo de Seguridad, pero ésta es una batalla pendiente.

Al recordar a Kofi Annan, y para honrar su memoria, no sólo debemos rendir homenaje a su legado, sino hacer nuestras las batallas que él libró, siempre en defensa de algunas de las personas más vulnerables y marginadas del mundo. Los tiempos en que vivimos necesitan ese tipo de liderazgo audaz que él encarnó.

El mundo necesita una ONU inclusiva y eficaz, y los líderes y lideresas mundiales deben estar dispuestos a aceptar el reto de conseguir reformar el Consejo de Seguridad. Ante el avance del cambio climático con sus devastadoras consecuencias, las evasivas deben dar paso a medidas ambiciosas. En un momento en que el respeto por las leyes de la guerra se ha menoscabado radicalmente, con terribles consecuencias para la población civil, los líderes y lideresas deben ser audaces a la hora de imaginar la posibilidad de una paz con justicia, y tenaces para luchar por ella. Y en la era de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, necesitamos unas medidas y una rendición de cuentas reales para garantizar que nadie se queda atrás.

Estoy seguro de que reflejo el sentir de muchas personas de la sociedad civil, cuyas voces Kofi Annan intentó que sonaran con más fuerza en la lucha por la paz y los derechos humanos y en el combate contra el cambio climático. Su desaparición ha sido una gran pérdida, no sólo para el continente africano que lo vio nacer, sino para todas las personas integrantes de estos movimientos que lo quisieron y lo apoyaron.
La vida de Kofi Annan seguirá sirviendo de inspiración a todas las personas que luchamos por un mundo más seguro, justo, equitativo e inclusivo. Lo echaremos de menos, pero no lo olvidaremos. Ojalá siga inspirándonos para mostrar el valor moral que el mundo necesita urgentemente en este momento de la Historia.