Viernes, 25 de mayo, 2018

Amnistía Internacional documenta en un nuevo informe, “They Betrayed Us” (“Nos han traicionado”), la difícil situación de mujeres que han sido obligadas a abandonar su casa, separadas de su esposo y confinadas en remotos “campos satélite” en el noreste de Nigeria


Poco después de que Halima* llegase a un campo para personas desplazadas del noreste de Nigeria, un soldado se le acercó y le ofreció pollo y ñame. Halima lo reconoció como uno de los hombres que había golpeado y detenido a su esposo, pero llevaba días sin comer apenas nada y, desesperada, acepto la comida. Cuando el soldado regresó solicitando sexo a cambio de la comida, Halima no se atrevió a decir que no por miedo.

“Los soldados hacen lo que les da la gana. Todo el mundo les tiene miedo”, dijo Halima, que llegó al campo del hospital de Bama a finales de 2015. “Ellos son los que deciden. Dicen que nadie debería quejarse. Así que hice lo que me pidió.”

Halima es una de las miles de mujeres que, tras sobrevivir al brutal régimen del grupo armado Boko Haram, se encontraron atrapadas en un sistema pesadillesco de violencia y explotación sexual a manos del ejército de Nigeria.

Amnistía Internacional documenta en un nuevo informe, “They Betrayed Us” (“Nos han traicionado”), la difícil situación de mujeres que han sido obligadas a abandonar su casa, separadas de su esposo y confinadas en remotos “campos satélite” en el noreste de Nigeria.

En los campos, acuciados por el hambre, soldados y miembros de milicias que trabajan con ellos utilizan su autoridad y su acceso a alimentos y otros artículos de primera necesidad para coaccionar a las mujeres a mantener relaciones sexuales con ellos, lo que en virtud del derecho internacional constituye violación. Si las mujeres se resisten, algunos soldados las obligan por la fuerza.

Hauwa* nos contó que un miembro de una milicia la violó en varias ocasiones tras su llegada al campo del hospital de Bama. Describió sentirse atenazada por la violencia sexual y la inanición.

“Llegué junto con otras 130 mujeres y niños y niñas [a principios de 2016]. El hambre y la sed [mataron] a 58 personas de nuestro grupo durante los primeros cuatro meses”, dijo Hauwa.

“Un militar se acerca con comida en las manos y te dice: ‘si te gusto, coge la comida’. Si aceptas la comida, luego vuelve para mantener relaciones sexuales contigo. Si te niegas, te viola [empleando la fuerza física].”

Amnistía Internacional ha recopilado datos que prueban que miles de personas han muerto de inanición en estos campos, la mayoría a finales de 2015 y en 2016. Casi la mitad de las mujeres con las que hablamos en un campo, el del hospital de Bama, dijeron que uno o más de sus hijos o hijas había muerto.

Aunque con el aumento de la asistencia humanitaria las muertes diarias han remitido, muchas mujeres aún tienen restringida la salida de los campos y a veces pasan días sin comer. En estas condiciones, la explotación sexual ha proliferado.

Desde 2012, cuando Boko Haram comenzó a lanzar ataques contra la población civil en el noreste de Nigeria, Amnistía Internacional ha denunciado repetidamente los abusos llevados a cabo por el grupo armado, que ha cometido matanzas, atentados con coche bomba y ataques con armas de fuego en ciudades y secuestrado a miles de personas.

Pero los crímenes cometidos por Boko Haram no deben hacer que el mundo exterior pierda de vista los abusos generalizados cometidos por el ejército de Nigeria, responsable de detenciones arbitrarias, torturas y miles de homicidios ilegítimos.

La violación y la violencia sexual son sólo una de las numerosas injusticias que las mujeres sufren a manos del ejercito. Las mujeres han descrito que el ejercito incendió sus pueblos y las obligó a abandonarlos, detuvo a sus esposos e hijos, y las mata de hambre y las golpea en los campos.

Tratadas con desconfianza por los soldados por el simple hecho de haber vivido bajo el control de Boko Haram, cientos de mujeres y niñas también fueron detenidas y trasladas a centros militares de detención como el cuartel de Giwa, donde Amnistía Internacional documentó la muerte de al menos 37 mujeres y niños y niñas desde 2015 debido a las condiciones atroces.

“Nos preguntaron dónde estaban nuestros esposos, y luego nos azotaron con palos. Golpearon a mis hijos e hijas, y dijeron que eran de Boko Haram... En ese momento yo estaba embarazada”, relató Zara, de 25 años, que pasó dos años en el cuartel de Giwa con sus hijos e hijas y dio a luz sin asistencia en una celda donde estaba hacinada.

Algunas mujeres detenidas por ser “esposas de Boko Haram” nos contaron que habían sido secuestradas por el grupo armado y obligadas a casarse con alguno de sus miembros. Tras la detención fueron interrogadas por militares que las silenciaron a golpes cuando intentaron explicárserlo.

Durante demasiado tiempo, los países aliados de Nigeria —entre ellos Estados Unidos y Reino Unido— se han contentado con condenar los terribles crímenes cometidos por Boko Haram y dado carta blanca al ejército de Nigeria. Incluso las agencias humanitarias de la ONU que trabajan sobre el terreno, donde habitualmente los abusos se cometen a la vista de todos, apenas han cuestionado la reclusión de mujeres en campos militarizados y los escandalosos niveles que alcanza la violencia sexual perpetrada en ellos por las fuerzas de seguridad.

El año pasado, el presidente en funciones de Nigeria, Yemi Osinbajo, estableció un Grupo de Investigación para que examinara el cumplimiento por parte del ejército de las obligaciones en materia de derechos humanos contraídas por el país, pero hasta ahora no se han tomado medidas y la situación de las mujeres en los campos continua siendo desoladora.

Sin embargo, a pesar de todo, estas mujeres continúan luchando por la justicia, lo que incluye el retorno de sus esposos e hijos. En septiembre de 2017, cientos de mujeres desplazadas hicieron cola en la calle para contar sus historias el Grupo de Investigación Presidencial. Habían hecho listas de sus seres queridos detenidos, o de los que habían muerto en los campos.

Como nos contó una mujer: “Esto nos ha sucedido. Ya no se puede deshacer. Pero el gobierno debe reconocerlo. Debe saber que hemos sufrido y que hemos muerto. Tiene que asegurarse de que no vuelva a pasar”.

Artículo publicado originalmente por Al Jazeera. 

 

Por Lauren Aarons, investigadora y asesora del Programa sobre Género, Sexualidad e Identidad de Amnistía Internacional