Lunes, 12 de agosto, 2019
Quintero, José H.

La violencia ha sido desde los tiempos más remotos un problema que afecta todos los niveles de nuestra sociedad, pero sus efectos más notables los encontramos siempre en nuestros niños, niñas y adolescentes. Y es que la violencia es un concepto muy amplio que no solo se limita al daño físico, sino que también incluye la vulneración de derechos humanos básicos como el derecho a la educación, alimentación, seguridad, entre otros aspectos que inciden directamente en el desarrollo de los jóvenes.


La violencia ha sido desde los tiempos más remotos un problema que afecta todos los niveles de nuestra sociedad, pero sus efectos más notables los encontramos siempre en nuestros niños, niñas y adolescentes. Y es que la violencia es un concepto muy amplio que no solo se limita al daño físico, sino que también incluye la vulneración de derechos humanos básicos como el derecho a la educación, alimentación, seguridad, entre otros aspectos que inciden directamente en el desarrollo de los jóvenes.

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la violencia juvenil se ha vuelto un problema de salud pública, que incluye actos que van desde “la intimidación y al homicidio, pasando por agresiones sexuales y físicas más graves”. Según los datos que maneja la organización, cada año se cometen en todo el mundo unos 200.000 homicidios entre jóvenes de 10 a 29 años, lo que supone un 43% del total mundial anual de homicidios. Detrás de todas estas cifras hay siempre niños y jóvenes que sufren las consecuencias de vivir en ambientes rodeados de violencia, y en el peor de los casos, terminan considerándola algo normal, lo que hace que sea aún más difícil prevenirla y eliminarla.

En la mayoría de los casos, la violencia comienza desde el hogar y durante la primera infancia. Según un estudio realizado en 2017 por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), “cerca de 300 millones de niños de 2 a 4 años de edad (3 de cada 4) son habitualmente víctimas de algún tipo de disciplina violenta por parte de sus cuidadores; y al menos 250 millones (alrededor de 6 de cada 10) son castigados por medios físicos”. Sumado a esto, unos 1.100 millones de cuidadores a nivel mundial defienden el castigo físico como una forma adecuada para criar o educar a los niños. Apenas 60 países han adoptado legislaciones de algún tipo que prohíban totalmente el castigo corporal contra los niños en el hogar, lo que deja a más de 600 millones de niños menores de 5 años desamparados en el plano jurídico. En palabras del experto independiente de las Naciones Unidas, Paulo Sérgio Pinheiro, la exposición a la violencia durante la niñez también puede provocar mayor predisposición a sufrir “limitaciones sociales, emocionales y cognitivas durante toda la vida, a la obesidad y a adoptar comportamientos de riesgo para la salud, como el uso de sustancias adictivas, tener relaciones sexuales precoces y el consumo de tabaco”.

Sin embargo, diversos estudios han demostrado que es en la etapa escolar cuando se afianzan los patrones de conducta violentos. En todo el mundo, cerca de 130 millones de estudiantes, entre las edades de 13 y 15 años, experimentan casos de acoso escolar; y aproximadamente 3 de cada 10 adolescentes admiten acosar a otros en las escuelas a las que acuden (UNICEF, 2017). Cabe destacar, que, en muchos de estos casos, los estudiantes que acosan a sus compañeros vienen de hogares donde la violencia está naturalizada o es vista como algo común, aunque las razones detrás de este tipo de acoso pueden ser muy variadas.

Se trata de cifras particularmente significativas, ya que la violencia escolar puede conducir a la reducción del desempeño académico y laboral, disminución de la capacidad cognoscitiva e incluso producir trastornos psicológicos como la depresión y la ansiedad en las víctimas. Afortunadamente, grupos de voluntarios de Amnistía Internacional y otras ONG mantienen una agenda constante de trabajo en las aulas y los espacios educativos, decididos a concientizar a la población, promover valores como el respeto y la empatía, y empoderar a los jóvenes para que tomen el mando en la defensa de sus derechos humanos. Una tarea nada sencilla, pero increíblemente necesaria.

Violencia dentro del mapa mundial

Ahora bien, la violencia en las comunidades también está vinculada con consecuencias sociales, de salud y de comportamiento muy preocupantes. En su informe, la UNICEF señala que se ha establecido una relación entre la exposición a la violencia dentro de la comunidad y el síndrome de estrés postraumático, los comportamientos antisociales, el abuso de sustancias ilícitas, las relaciones interpersonales problemáticas y las elevadas tasas de homicidios entre jóvenes. A escala mundial, el 83% de los jóvenes víctimas de homicidio son del sexo masculino, en su mayoría entre 15 y 19 años. Por su parte, las tasas de homicidios juveniles entre mujeres son generalmente mucho más bajas. Esto cambia completamente si hablamos de la violencia sexual, ya que se estima que alrededor de 15 millones de mujeres adolescentes, entre los 15 y 19 años, han sido víctimas de relaciones sexuales forzadas en algún momento de sus vidas, y apenas el 1% de estas jóvenes buscaron ayuda profesional.

Retos para reducir la violencia

En un esfuerzo para cambiar esta realidad y proteger a esta nueva generación de jóvenes, la ONU y sus oficinas especializadas han puesto en marcha diversas iniciativas, como la Campaña Mundial de Prevención de la Violencia, con el fin de concientizar sobre este problema, y promover la prevención y articulación de una respuesta internacional enmarcada dentro de los objetivos de la Agenda para el Desarrollo Sostenible de 2030.

Asimismo, presentan algunas recomendaciones a los actores de sociedad civil para emplazar a los Estados a tomar las acciones pertinentes para dar solución a esta problemática, entre ellas: 1.) Apoyar planes e iniciativas nacionales coordinados para abordar la violencia contra los niños, priorizar la protección en derechos humanos y prohibir todos los tipos de violencia; 2.) Exigir el fortalecimiento del marco jurídico y normativo en materia de derechos humanos, así como la prestación de servicios de recuperación y reinserción social a las víctimas; 3.) Transformar las actitudes culturales que aceptan o normalizan la violencia contra los niños y adolescentes. Esto también supone la modificación de estatutos y normativas legales para fomentar la igualdad de género; 4.) Promover la creación de sistemas de denuncias accesibles, además de asegurar la rendición de cuentas y el fin de la impunidad; y por último, 5.) Garantizar la participación de todos los miembros de la comunidad para crear entornos más seguros de convivencia, aplicar estrategias de prevención, como la limitación del acceso a las armas de fuego, y sensibilizar a los individuos para que reconozcan el alcance de la violencia contra los niños y motivarlos a intensificar los esfuerzos para eliminarla. Ya que acabar con la violencia es responsabilidad de todos.

Referencias:

Violencia juvenil. (2016). Organización Mundial de la Salud. Recuperado de https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/youth-violence

Una situación habitual: La violencia en las vidas de niños y adolescentes. (2017). UNICEF. Nueva York. Recuperado de https://www.unicef.org/publications/files/Violence_in_the_lives_of_children_Key_findings_Sp.pdf

PINHEIRO, Paulo S. (2006). Acabar con la violencia contra los niños, niñas y adolescentes. Estudio realizado por la Secretaria de las Naciones Unidas. Nueva York. Recuperado de https://www.unicef.org/venezuela/spanish/Acabar_con_la_Violencia_Resumen_Ejecutivo.pdf