Viernes, 24 de agosto, 2018
Es necesario centrar con urgencia la conversación sobre el cambio climático en las personas y los derechos humanos. A juicio de Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos, para ello hay que ejercer presión para pedir rendición de cuentas a los Estados que no reaccionan ante el cambio climático, del mismo modo que lo hacemos con otras violaciones de derechos humanos
Han tenido que producirse centenares de muertes relacionadas con el calor en el hemisferio norte para que el cambio climático salte a los titulares en todo el mundo.En Japón, al menos 80 personas han muerto y miles han tenido que ser hospitalizadas debido a la ola de calor, mientras que,en Canadá, se calcula que las altas temperaturas han matado a 90 personas. Los incendios descontrolados provocadas por la sequía y el calor extremo también han sido mortíferos, matando a 91 personas sólo en Grecia. Terribles imágenes tomadas en una localidad costera próxima a Atenas han mostrado filas de automóviles ardiendo al borde de las carreteras, abandonados por su conductores para huir al mar.
Estas no han sido las primeras muertes vinculadas al cambio climático ni serán las últimas. En Bangladesh, centenares de personas mueren todos los años en inundaciones que serán cada vez más frecuentes y graves a medida que el nivel del mar aumente y los glaciares del Himalaya se fundan. Son habituales también las muertes de personas por hambre, malnutrición y enfermedades transmitidas por el agua a medida que el cambio climático intensifica las sequías en todo el África subsahariana.
Sin embargo, si buscamos la cadena “muertes cambio climático África” en Internet, algunos de los primeros resultados que aparecen son artículos sobre la desaparición de los baobabs. Los líderes de los países ricos llevan demasiado tiempo creyendo que no merece la pena reaccionar ante el impacto humano del cambio climático en los países cálidos y pobres.
Es necesario centrar con urgencia la conversación sobre el cambio climático en las personas y los derechos humanos. A juicio de Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos, para ello hay que ejercer presión para pedir rendición de cuentas a los Estados que no reaccionan ante el cambio climático, del mismo modo que lo hacemos con otras violaciones de derechos humanos.
Las responsabilidades de los gobiernos en relación con el cambio climático se especificaron en el Acuerdo de París de 2015, que tiene por objeto mantener el aumento de la temperatura global muy por debajo de dos grados. Pero los gobiernos tienen también obligaciones en materia de derechos humanos. Por ello, los que no hagan cuanto puedan para reducir las emisiones de gas de efecto invernadero y ayudar a las poblaciones afectadas a adaptarse al cambio climático estarán violando el derecho internacional de los derechos humanos.
Así, por ejemplo, aunque el presidente pueda retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, el país sigue teniendo la obligación internacional de proteger los derechos humanos que se ven amenazados por el cambio climático, como los derechos a la vida, a agua y saneamiento, a alimentos, a la salud y a la vivienda. Para cumplir con estas obligaciones, los Estados deben, como mínimo, prescindir de la extracción, producción y exportación de combustibles fósiles; reducir progresivamente las subvenciones que les destinan, e invertir en energía renovable.
La protección de los derechos humanos y la protección del planeta son dos caras de la misma lucha. El cambio climático exacerbará las desigualdades existentes, y serán los grupos que están ya más marginados los que más sufran las consecuencias debido a la disminución de los recursos. Por ejemplo, las mujeres de entornos rurales, que representan la mayoría de los pequeños agricultores independientes, serán las más afectadas por perturbaciones climáticas como sequías, inundaciones y cosechas fallidas, debido a los desequilibrios de género y poder. Cada vez más personas se verán obligadas abandonar sus hogares cuando éstos se vuelvan inhabitables y quedarán expuestas a los riesgos que comporta el desplazamiento. Muchos países ricos han cerrado sus puertas a las personas refugiadas en los últimos años, y no podemos confiar en que estos mismos líderes actúen con sensatez y humanidad cuando el número de personas en movimiento aumente debido al cambio climático.
La desigualdad entre las naciones también aumentará, y el cambio climático amenaza con arruinar muchos de los logros cruciales realizados en materia de derechos humanos en el siglo XX. Se prevé que antiguas naciones coloniales como Bangladesh, Haití y Filipinas sean algunas de las que más sufran el impacto del cambio climático. Estos países, empobrecidos en parte por años de gobierno colonial, están menos preparados para responder y adaptarse a los desastres climáticos, a pesar de haber contribuido mucho menos que los países ricos del Norte global a causar los daños. Las luchas por la independencia que caracterizaron buena parte del siglo pasado apenas significarán nada para las antiguas colonias si grandes partes de ellas se vuelven inhabitables. Y es que el aumento del nivel del mar y la desertización amenazan con destruir nuestra historia, además de nuestros hábitats.
Los gobiernos están poniendo todo esto en peligro en su afán por proteger los intereses empresariales y evitar hacer inversiones relativamente modestas -aproximadamente el 1% del PIB global al año- que reducir radicalmente las emisiones de carbono, prevenir pérdidas catastróficas y evitar los grandes costos consiguientes. Considerados conjuntamente, los compromisos contraídos por los gobiernos para aplicar el Acuerdo de París supondrían todavía un aumento de la temperatura global de 3-4°C.
Amnistía Internacional lleva años trabajando junto con comunidades que se han visto afectadas por desastres medioambientales de origen empresarial, como la fuga de gas de Bhopal y los derrames de petróleo del delta del Níger. Estos incidentes suelen afectar a comunidades pobres o rurales, y hace demasiado tiempo que empresas irresponsables y gobiernos complacientes actúan con la mentalidad de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero esta devastadora ola de calor ha hecho que los gobiernos del mundo vean cada vez más claro que las consecuencias del cambio climático y la degradación medioambiental afectarán a todas las personas, incluidos sus votantes. Ahora que los líderes mundiales escépticos y apáticos están viendo con sus propios ojos el mortal coste humano del cambio climático, ¿no podríamos estar llegando finalmente a un punto de inflexión?
Por Chiara Liguori, asesora de políticas sobre medio ambiente y derechos humanos de Amnistía Internacional.