Jueves, 14 de septiembre, 2017
Fernandez, Jackeline
El papel de la mujer como objeto de la ciencia ha dejado una estela de dolor y desconocimiento. Cambiar definitivamente ese aspecto requiere el desarrollo de políticas educativas inclusivas, ofrecer programas que estimulen la participación de las niñas en actividades científicas y fomentar el empoderamiento de lideresas que asuman cargos de decisión en los grandes emporios de la ciencia.
Uno de los campos en donde la mujer ha sido más invisibilizada, es el de la ciencia. Cuando en las antiguas culturas se negaba la posibilidad de que las mujeres pudiéramos tener pensamientos autónomos, no se trataba simplemente de negar un derecho, implicaba la absoluta convicción de que estábamos genéticamente imposibilitadas para pensar. Tal creencia podemos verla reflejada en la siguiente frase del famoso Pitágoras “Existe un principio bueno que creó el orden la luz y a los hombres, y un principio malo que creó el caos, la oscuridad y a las mujeres”.
Otra gran frase misógina de un pensador occidental pertenece a Voltaire: “Han existido mujeres sabias, como han existido mujeres guerreras. Pero nunca hubo mujeres inventoras”. No obstante, muchas mujeres enfrentaron estos paradigmas, se arriesgaron y superaron los obstáculos de una sociedad machista y patriarcal para brindar grandes aportes al mundo. Sus historias y méritos sin embargo quedaron relegadas al olvido, solapadas por el poderío masculino.
Entre estas mujeres encontramos a Mileva Marić, la primera esposa de Albert Einstein, cuyo padre debió solicitar el permiso del Ministerio de Educación para que pudiera asistir a las conferencias de física que estaban reservadas para hombres. El resultado del curso evidencia lo notable de la voluntad de Mileva: ella obtuvo 4,7 y Albert 4,6, pero en física aplicada ella obtuvo la máxima puntuación de 5, y él solo 1. El profesor Minkowski dio un 11 de 12 a los cuatro estudiantes varones, pero a Mileva solo 5. Al finalizar, el titulo lo obtuvo Albert únicamente.
El papel de Mileva en los grandes triunfos de su famoso esposo, queda evidenciado en las cartas de Albert. Por ejemplo, el primer artículo que presentaron para ser publicado, al cual Albert se refería en cartas como “nuestro artículo”, fue firmado solo por él. Ellos sabían que los prejuicios sobre las mujeres científicas actuarían en su contra si lo firmaban los dos, y ningún científico “serio” validaría su contenido.
Si no la nombras, no existe
“Computadoras del ala oeste”, ese era el nombre que se les daba a un grupo de brillantes mujeres científicas afroamericanas, quienes en la década de los 60s conformaron un equipo dedicado a hacer los cálculos que hoy realizan las computadoras. Sus historias fundamentaron un libro que luego se convirtió en película. Una de esas científicas, Katherine Jhonson, fue la primera mujer afroamericana que rompió la segregación en la Universidad de Virginia Occidental, en Morgantown. También fue la única mujer seleccionada (entre tres estudiantes afroamericanos) para realizar estudios de postgrado. Sin duda una lideresa.
Para tener una idea de su extraordinaria capacidad, a ella le encargaron verificar los cálculos efectuados por la primera computadora utilizada por la NASA, para determinar la órbita de John Glenn alrededor de la Tierra. Nada mal para una mujer invisible.
Las mujeres que se atrevieron a dar el paso para formarse en áreas científicas eran “toleradas” por sus colegas en algunos casos, en otros se les endilgaban adjetivos como el de “sabihondas” o “agresivas”. En todo caso, no era concebible que una mujer “normal” optara por ese campo. En el famoso libro “La doble hélice”, publicado en 1968, James Watson, ganador del Premio Nobel en 1962 narra la secuencia del descubrimiento de la estructura molecular del ADN. En sus líneas también denigra de otra notable colega suya: Rosalind Franklin. En palabras de Eduardo Angulo, bloggero de la página Mujeresconciencia.com “en el libro La doble hélice, crónica muy personal del descubrimiento de la estructura del ADN, James Watson escribió sobre [Rosalind Franklin] que el mejor lugar para una feminista era el laboratorio de otra persona”.
Tal era el destino de las mujeres que tenían la osadía de cruzar el umbral de sus cocinas: invisibles o estereotipadas hasta el punto de descalificarlas.
El próximo reto: de objetos a sujetos de la ciencia
“En las mujeres están más fuertemente marcadas algunas facultades que son características de las razas inferiores y de un estado pasado e inferior de civilización”, así describía a las mujeres el reconocido biólogo Charles Darwin. Esta era la opinión predominante desde los tiempos de pensadores como Aristóteles, cuyas ideas no distaban de las expresadas por Darwin. Tal concepción cimentó la creencia de que las mujeres eran “hombres imperfectos” o “mal hechos”, razón por la cual era moralmente aceptable que se le condicionara a vivir bajo la “sabia guía” masculina, y estar sujetas a su voluntad. Asimismo era aceptable que intentaran “repararlas”.
La naturaleza femenina era una patología que debía ser curada, sometida o extirpada. Los métodos utilizados por los científicos iban desde recluirlas en sanatorios hasta extirparles los ovarios o el útero. Los “males femeninos” estaban asociados a su naturaleza misma, circunscritos al ámbito sexual o reproductivo. Confundir la esclerosis con “locura pélvica” era parte del diagnostico común. Someterlas a experimentos degradantes, mutilaciones y torturas, parte de la “cura”.
Estos antecedentes nos hacen reflexionar sobre la valentía de mujeres como las mencionadas: Mileva, Rosalind, Katherine. Y tantas otras cuyas vidas y obras han venido siendo rescatadas del olvido.
El papel de la mujer como objeto de la ciencia ha dejado una estela de dolor y desconocimiento. Cambiar definitivamente ese aspecto requiere el desarrollo de políticas educativas inclusivas, ofrecer programas que estimulen la participación de las niñas en actividades científicas y fomentar el empoderamiento de lideresas que asuman cargos de decisión en los grandes emporios de la ciencia. Mujeres que cambien la visión sobre procesos naturales como la menstruación y la menopausia, a fin de que no se sigan considerando como “anomalías” que deben ser “sanadas” o “controladas” con medicamentos. Mujeres que se conviertan en referentes para una nueva generación de niñas y jóvenes empoderadas en su derecho de ser protagonistas y no objetos de estudio para la ciencia.
‘“No podremos capturar el interés y el talento de las jóvenes para empresas científicas a menos que ellas se convenzan de que su propia participación es posible”.
Joan A. Steitz
Foto de Nestor Rizhniak / Shutterstock.com
Fuentes:
https://elpais.com/elpais/2017/03/08/ciencia/1488931887_021083.html
http://www.oei.es/historico/divulgacioncientifica/?Mujer-y-ciencia