Martes, 20 de junio, 2017
Red de jóvenes, Red de jóvenes
Gran parte de las consecuencias negativas de estas dinámicas marcadas profundamente por la violencia las sufren niñas, niños y jóvenes, sus padres hacen hasta lo que parece imposible por huir con sus hijos a otros lugares donde sus vidas no estén constantemente en peligro, esto significa irse de sus casas sin nada más que lo que puedan empacar en sus mochilas o morrales, significa caminar miles de kilómetros y navegar a bordo de embarcaciones improvisadas con medidas de seguridad escasas o nulas.
Cuando hablamos de refugiados parece que nos referimos a una realidad lejana que sólo imaginamos en África, Asia, Medio Oriente, los países en guerra o aquellos que en nuestro imaginario han tenido contextos extremadamente injustos y violentos. La verdad es que a veces subestimamos lo cercana que puede estar esta realidad de nosotros, ahora mismo hay personas huyendo de El Salvador y Honduras porque las maras -Grupos organizados del Triángulo Norte de Centroamérica que se caracterizan por las actividades delictivas violentas y que generalmente están asociados al control territorial- los obligan a pagar “impuestos de guerra”, es decir, las maras tienen el control real de partes del territorio nacional y obligan a las personas a pagar para poder vivir en sus propias casas, las extorsionan y atacan directamente, de hecho pueden llegar a asesinarlos si se niegan a cooperar o son sospechosos de cooperar con sus enemigos. Lo mismo sucede en Guatemala pero a ese contexto se le suman los altos índices de violencia de género y otras características más complejas.
¿A quién afecta esto realmente?
Gran parte de las consecuencias negativas de estas dinámicas marcadas profundamente por la violencia las sufren niñas, niños y jóvenes, sus padres o representantes hacen hasta lo que parece imposible por huir con sus hijos a otros lugares donde sus vidas no estén constantemente en peligro, esto significa irse de sus casas sin nada más que lo que puedan empacar en sus mochilas o morrales, significa caminar miles de kilómetros y navegar a bordo de embarcaciones improvisadas con medidas de seguridad escasas o nulas.
Un joven de 23 años lloraba mientras relataba a Amnistía Internacional cómo, a los 13 años, lo obligaron a unirse a una mara en Honduras. Los jóvenes son “los favoritos” de las maras, ¿por qué?, los jóvenes son percibidos como potenciales relevos en sus dinámicas y actividades, “Ahora nosotros somos como tu papá” es lo que le dicen a jóvenes huérfanos para reclutar nuevos integrantes a sus filas.
Capital humano que en vez de estar descubriendo y desarrollando sus capacidades está decidiendo entre ser asesinados en sus propias casas o sus alrededores, convertirse en criminales o huir para enfrentarse a caminos inseguros, desolados y que no escasean en cuanto a oportunistas que buscarán sacarle provecho a sus necesidades más básicas. Esta realidad nos duele y preocupa profundamente, no queremos que los niños y jóvenes latinoamericanos tengan que sacrificar su integridad física o moral para poder subsistir, no queremos más muertes violentas ni desigualdades tan profundas en nuestras sociedades.
¿Qué están haciendo los países vecinos al Triángulo Norte de Centroamérica para frenar estas injusticias?
Basta con leer las noticias sobre refugiados y migrantes relacionadas con México y EEUU para saber que su respuesta no está siendo dar la bienvenida; menos apoyar, guiar ni sumar a que las vidas de estas personas pueda mejorar, todo lo contrario, al llegar a las fronteras de México y EEUU los migrantes están enfrentando muros, muros físicos, dialécticos y legales.
Estos muros en sus distintas formas se evidencian con la ya conocida propuesta del presidente Trump sobre construir un gran muro en la frontera con México que costaría 999 millones de dólares a su nación; con la retórica de odio que marcan sus discursos e intervenciones al referirse a personas migrantes o refugiadas; con las acciones del Estado mexicano que infringe sus propias leyes al detener menores de edad y que en 2016 recluyó a 40.542 niñxs en centros de detención para migrantes, además de promover y practicar la humillación y los insultos a personas migrantes en estos centros de detención. Y como estas, existen muchas otras razones por las cuales podemos afirmar que estos Estados no están protegiendo ni respetando los derechos de las personas refugiadas, finalmente, no podemos dejar de mencionar que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México determinó en 2016 que las condiciones de los centros de detención para migrantes en México son inadecuadas para albergar a estas personas.
Las investigaciones de Amnistía Internacional han demostrado que todas esas barreras no han conseguido hacer cambiar de opinión a la gente para que no busque asilo frente a la violencia de las que son víctimas, sino que han provocado la creación de nuevas rutas migratorias que han resultado ser infinitamente más mortales y se han cobrado miles de vidas humanas.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Primero, infórmate sobre cuál es la realidad que viven estas personas, te invitamos a leer nuestro informe “Enfrentando muros: Violaciones de los derechos de solicitantes de asilo en Estados Unidos Y México.”
Segundo,
¡Actúa!
Defender los derechos de las demás personas al igual que los propios es un acto de valentía y en contextos tan injustos como estos tú puedes hacer la diferencia. No subestimes el poder de tu voz, de tus palabras ni de tus acciones.
Sé un defensor de los Derechos Humanos y dile a las personas que huyen por preservar sus vidas “Te doy la bienvenida”, envía un mensaje claro a los Estados que promueven dinámicas y discursos de odio en contra de las personas migrantes.